Las mujeres de Goromonzi-Relato de mi viaje a Zimbabwe




Salimos de Goromonzi a una incierta hora de la tarde. Los cantos de las mujeres de Goromonzi del Norte y del Sur me llenaron el espíritu de valor. Estaba aterrada. Con miedo a las picaduras mortales de los mosquitos. Con pánico de morir en una tierra lejana sin poder devolver mi cuerpo a mis deudos. Sus sonrisas llenas de júbilo me hicieron olvidar mi pequeñez. Cuando salimos contemplé con otros ojos la tierra que pisaba. Había visto su rojo color días atrás, pero el canto de las mujeres de Goromonzi me hicieron ver de verdad. Algo se movió profundo y tierno. Me sentí esclava. Vendida y arrancada de mi tierra. Algo de mí estuvo alguna vez en África-me dije-y las lágrimas, al igual que este instante, empezaron a fluir llenas de pensamientos, una coherente avalancha de piedras, en un país llamado casa de piedra, Zimbabwe.
Siempre sentí un extraño amor por la tierra roja y nunca imaginé que la tierra africana era igualmente roja a la tierra Caribeña donde nací. Igual. La memoria genética quizás me dijo siempre que una parte de mí celebraba secretamente el retorno al origen, sin saber a ciencia cierta cómo o por qué ese gusto. Lloré mucho esta sensación de ultraje y despojo. La memoria fustigada de tantos siglos de opresión racial que ahora nos hace hablar en otra lengua a la que originalmente pertenecíamos. Pero sólo los desterrados hijos de África lloramos esto. La verdadera África que persiste viva, no llora, sonríe. Este dolor, el dolor de la esclavitud que alguna vez pagamos con nuestra carne no es más el dolor de África.
África no llora esta parte de la historia. La lloramos en América. Con un dolor tan profundo que al ver la alegría de estas mujeres de Goromonzi no puedo pensar que sea Africano. Es quizás la entente que nació entre tantas razas agitadas en el tubo de ensayo de la conquista. El drama quizás indígena, quizás árabe, excesivo a los ojos del temple frío europeo. Es triste volver a casa y saberse ajena. Se comprende sin embargo que ya no somos más esto que anhelamos recuperar con las uñas hundidas en la historia. Maya Cú, la poeta Guatemalteca, tenía razón, ahora lo entiendo. No pertenecemos más que a nuestra bastarda América Latina. Aunque nos busquemos en Europa, en África, o en la pureza misma de las ruinas de Copán, Machu Pichu o Teotihuacán. América Latina es en gran medida un árbol con tres grandes raíces y ninguna de ellas es más grande que la otra. Aceptemos que somos esto. Un producto-complejo y diverso- de la Historia, tal como dijo Maya Cú quien al igual que yo no pertenece únicamente a los mayas, también tiene en sus venas algo de ladina, algo de España. Y yo, he querido abanderarme en mi negrura para poder reflejar la imagen que creía tener olvidando que mi historia ya fue escrita por el descubrimiento de América, la conquista, la colonización y la esclavitud. También o quizás más ahora que nunca experimento una sensación de libertad, sin etiquetas posibles, soy, mujer, nacida en América Latina, síntesis al fin de todas las razas. África me muestra su sonrisa de marfil y palmotea parabienenes sin el menor complejo. Las mujeres, las escritoras rurales de Goromonzi, abuelas contadoras que anhelan legar palabras escritas para no morir nunca me enseñaron esto. Sus voces al igual que el rojo color de la tierra Africana han pagado la promesa milenaria de volver a casa al menos para dejar aquí mismo la pesada cadena del sufrimiento de alguno de mis ancestros. Aquí estuve de nuevo. Soy doblemente libre.



Andira Watson
Harare, Zimbabwe, 14 de Octubre de 2009. Africa.

Comentarios

Lucy Chau ha dicho que…
Qué hermoso relato, querida Andira. Me ha encantado visitar esta tierra de rojo color a través de tus ojos y de ese canto, que espero algún día escuchar. Gracias, gracias, gracias.
Unknown ha dicho que…
Ese descubrimiento y desencuentro, ese sentimiento de extrañeza en lo que creimos propio, posiblmente sea uno delos retos a enfrentar en la construccion de esa conciencia negra, ese regreso a las raices...que como bien has dicho...son y no son nuestras.

Hermoso el relato, llena de nostalgia y de esperanzas por sentir lo que sentistes...de ver y oler o que vistes y olistes... de saborear el gusto a la cultura de esos publos, esas naciones.

Un abrazo
Shirley Campbell Barr ha dicho que…
Andira. Lindo y sentido relato. Tuve la dicha de vivir en Zimbabwe por dos años. Llegue tambien tratando de encontrar esa tierra prometida que no logro encontrar en esta America Latina... Lo que encontré fue un montón de mujeres y hombres tambien tratando de encontrarse con si mismos. Es que este comntinente esta tna mal tratado. Sin embargo la sensación de sentirse parte de un todo es reconfortante...esa sensación de no ser diferente y sentir que no te miran como reclamádote te da gran seguridad. Aun entendiendo que nos es Zimbabwe la tierra de mis ancestros,fue de algun modo, el retorno a una casa grande y llena de familia.

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