El Heraldo viejo que no pudo verme a los ojos




Los pobladores se acercaron de dos en dos, de tres en tres, de uno en uno, al acto conmemorativo. Los poetas en su arcoíris de individualidades conversaban, ajustaban sus boinas, o sorbían algún trago de café o agua embotellada que empezaron a distribuir las organizadoras. Eran las diez de la mañana. Al final, haríamos la foto de grupo, las sonrisas o las improvisaciones para quienes quedaran con sed de más.
El almuerzo se serviría en la casa del partido. Caminamos del local en “U”, hasta llegar a la casa. Mesas ordenadas, limpias, de manteles largos. El almuerzo no se hizo esperar. Pollo con verduras, arroz, tortillas frescas y humeantes. Rojinegra Coca Cola. Rara mezcla ideológica.
Como estábamos aprovechando para conversar a solas, sin familiares alrededor, buscamos una mesa que quedó un tanto cerca de la cocina. Las mujeres iban y venían con los platos y continuaban distribuyendo la comida. Un hombre de tez rojiza y pelo chirizo, repartía la rojinegra bebida. Y las obsesas señoras, diligentes y bienhumoradas, atendían a todos.
Como sobraba una silla, el anciano pidió permiso para sentarse y completar el tercer espacio que había en nuestra mesa. Le dijimos que sí. Luego me preguntó directamente si bebía a lo que respondí que cervezas, pero a la muerte de un obispo. Mi acompañante negó tomar. Entonces el anciano sacó un culito de ron. Yo volví a ver a mi compañero. Pero continuó negando que bebiera. El anciano parecía retarlo. Y a secas, se lo empinó sin despegarle la mirada. El ron, le tornó la voz todavía más gangosa y los ojos ni siquiera se le humedecieron como pensé que pasaría. Luego empezó a hablarle únicamente a él en un lenguaje que no entendí. Metáforas zoológicas que dibujaban en mi cabeza amarillas interrogantes.
-Amigó, yo me quedo. Ustedes se regresan? Tras ver la respuesta afirmativa, se sonrió. Y empezó a comer. –Es que tengo una vaquita amarrada- dijo en tono bajo. -Y es buena vaquita. Un mujerón. Me atiende, me lava la ropa, y si no traigo dinero no me lo exige. Mi compañero se sonrió. Pero yo me indigné. Vaca? VACA? Una mujer? Y por qué la llama así? Me preguntaba yo. El viejecillo, no contento con su comparación zoomorfa, confesó, sin que nadie le apretara el galillo, que además de "ésta" había dejado a “otra” en Managua, pero que “esa” sí lo cascaba. Que le quitó 50 pesos y cuando la buscó, se había fugado. Entonces, le dijo mi compañero-Esa vaquita saltó del corral.- Y los tres nos reímos. Pero el viejo continuaba casi cuchicheando con mi amigo, algo ininteligible. Tal como si yo no estuviera entre ellos. No me ve para nada- Me decía yo- Me ignora este viejo! Debe ser que es un machista recalcitrante... Pero alcancé a escuchar: mi vaquita es buena en la cama. Por eso no voy a decirle que estoy aquí. Ayer me llamó tres veces. Pero quiero descansar. Sí, le dijo mi compañero, mañana tiene que estar “tigre” para desamarrar a la vaquita. Y volvimos a reírnos.

II
Sé que le costó mucho decir que no. El guaro siempre lo tienta. Me desperté a las 2:37 am. Vi la hora en mi teléfono. Volví a la mesa. Y recordé al viejecillo descarado, sinvergüenza, jactándose de ser cantante, de tener tantas mujeres, así, al descaro. Me preguntaba, si todos los viejitos de la capital eran así. Como ese. Si las mujeres de antes toleraban eso, ser consideradas vacas amarradas. Coexistir con otras “vacas” en un mismo "corral." Y tantas otras historias realmente sórdidas que salieron en el almuerzo. Entonces la imagen de ese viejecillo anulando mi presencia me sugirió lo siguiente:
Sería este viejo un hombre de Dios? Qué espíritu habló por su boca? Por qué no me miró nunca? Por qué se adhirió a mi compañero? Sería acaso un Heraldo del mal? Entonces pensé que pudo ser el demonio mismo, que se sentó con nosotros con rostro de viejo humilde, mirando todo de soslayo, intentando enganchar su vicio de mala gente con aquél que podía tener el cerco de la fé caída, aquel cuyo espíritu pudo haber sido arrastrado y despojado de la dignidad, el auto respeto, o la valía. Mi compañero dijo en tono resignado ser "capaz de pervertir a ese viejo". Que ese anciano era un mentiroso. Que no había hablado con la verdad. Y yo pensé-se asume malo, más malo que el viejo-Y entendí por qué el viejo no podía verme a los ojos.

Yo no era lo que Él buscaba.



Andira Watson.
Managua, 17 de enero 2011.

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