El desorden de la muerte

Salvador Gómez, un predicador católico, mencionó recientemente que su pequeña hija le preguntó por qué la muerte no era ordenada. La niña observaba esto en el funeral de un familiar que había muerto sin llegar a la adultez. Pues bien, la desordenada muerte, nos tomó por sorpresa al gremio de los escritores nicaragüenses este lunes 4 de mayo 2015, al llevarse temprano la vida del escritor Edgard Escobar Barba, con quien tuve no sólo talleres, sino sensibles divergencias. Una de ellas era por la idea de que para escribir poesía no  hace falta esperar a que la musa descienda del Olympus, si no que había que –según él- “amarrarla”.  En ese encuentro, que ciertamente fue desafortunado para mí, tanto Edgard como Jorge Eduardo Arellano (Premio Nacional Rubén Darío) se encargaron de dejarme bien en claro, que lo que yo sabía hacer, era: Leer. “Lee bien, la actriz” dijo-Jorge Eduardo. Y por su lado, Edgard, se plantó en su posición de insistirme en escribir por encargo, como tarea, como oficio, un poema que nunca escribí. Esa fue nuestra gran diferencia: El proceso creativo individual. Y aún hoy me pregunto si puede un poeta escribir la dosis que le corresponde, o si me pasa sólo a mí, que no pude seguir la receta de Edgard. Tiempo después leí excelentes ensayos de reconocidos poetas, entre ellos Gabriela Mistral (salvando las distancias del tiempo y la escuela de la poeta) y me di cuenta que ella escribía  con un cuaderno en sus piernas. Algo así como un pintor a mano alzada. Y que el asunto era caprichoso entre uno y otro poeta. Pero no cabe duda que para escribir igual que para todas las artes hay que tener disciplina y que para crear una sociedad diferente hacen falta más humanistas, más personas sensibles y conscientes, más gente que ame lo que haga y ayude a otros, a los más jóvenes, a descubrir y potenciar sus talentos, igual que lo hizo Edgard. Ese mérito nadie lo puede objetar. Y si en algo podemos honrar su legado, es continuando la labor.

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